Querida
mamá:

Perdona que te llame así, pero para
mí continuarás siendo mi madre por toda la eternidad. !Cuánto siento que no me
hayas permitido llegar a nacer! Alegaste como uno de tus motivos, que te
aquejaba una gran delibidad, debido a que tenías vómitos y tensión nerviosa.
Sin embargo, estos son síntomas comunes de los primeros meses de embarazo que
sufren muchas como tú, y los consideran sólo una pequeña inconveniencia en
comparación con la gloria y el privilegio de llegar a ser madres. Dijiste
también que te sentiste abandonada por mi padre, y por esto me abandonaste a mí
en las manos del abortero. ¿Acaso fue culpa mía haber sido creado en el
transcuro de una aventura amorosa, en la cual quizás buscabas cariño, comprensión
o compañía? Comprende que yo también necesitaba todo esto, y que sólo fuí una
víctima inocente de un momento de pasión.
Dijeron los que te aconsejaron el
aborto, que había posibilidades de que yo tuviera un defecto, y por eso yo
debía ser sacrificado antes de que pudiera nacer. ¿Me hubiera hecho ese
defecto, mamá, menos hijo tuyo o menos humano, o con menos derecho a la vida
que los demás? ¿Acaso no somos todos creados por el mismo Dios e iguales en
dignidad ante Él? ¿Es que sólo los "perfectos" o los que son deseados
por sus padres tienen ahora el derecho a nacer?
Declaraste públicamente que no
querías que te practicaran el aborto, porque pensabas que al permanecer
embarazada quizás te tendrían lástima y te permitirían quedarte en EE.UU. Uno
de los que te aconsejaba comentó que esto es una importante razón para no
desear un aborto.
Quisiera haberle podido gritar
públicamente que la razón más poderosa, la que posiblemente nadie te expuso,
era que aunque yo no había nacido todavía, era un ser humano, no un pedazo de
carne o un coágulo de sangre como dicen algunos. Mi corazón -- ese corazón que
podía haberte querido mucho -- comenzó a latir a los 21 días de concebido y mi
cerebro comenzó a funcionar a las seis semanas. Aunque sólo contaba 10 semanas
de concebido al morir, ya tenía manitas, que tanto te podían haber acariciado
-- y piecesitos, que podían haber corrido tras de ti. Mis manitas ya tenían
huellas digitales -- huellas que mostraban mi identidad y mi individualidad.
Mamá: ¡sé
que de haberme podido ver y conocer me hubieras querido! Aunque tú todavía no
sentías mis movimientos, porque era muy pequeño, yo me movía dentro de ti,
crecía y esperaba que llegara el momento de que me recibieras en tus brazos
como te recibieron a ti cuando llegaste, brazos amigos que te ayudaron.
Viniste a EE.UU. después de muchos
sacrificios, para poder disfrutar de los tres principales derechos humanos que
garantiza la Constitución de esta gran nación: el derecho a la vida, la
libertad, y la búsqueda de la felicidad. Sin embargo, mamá, en tu afán de
conseguir esos derechos para ti misma, quizás te olvidaste de otorgármelos a
mí.
Sé que has dicho que hay cosas que
hay que hacerlas, refiriéndote al aborto que te aconsejaron. Ruego a Dios por
ti, para que te perdone, porque yo creo que no sabes lo que has hecho, y el día
que de veras lo sepas, quizás tu dolor y tu arrepentimiento serán muy grandes.
Ese día, cuando abras los ojos del alma, sabrás que yo como tú tenía, no sólo
un cuerpo, sino también un alma inmortal. Recuerda en ese día que Dios es
misericordioso, y que no hay falta por grave que ésta sea, que El no pueda
perdonar. Recuerda también que yo, a pesar de todo, siempre te querré y
esperaré conocerte algún día en la eternidad.
Tu hijito.
FUENTE: Magaly
Llaguno, "Carta abierta a una madre," Escoge la Vida (julio/agosto de
1994), suplemento "Caminos de Esperanza".
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